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Si repasamos las grandes gestas empresariales de las últimas décadas, aquellas que nos cautivan y nos inspiran de manera más significativa son aquellas que tienen inicios digamos que se pasan de humildes, de unas condiciones impensables en comparación con las dimensiones que posteriormente alcanzarían en el futuro. Todos conocemos los relatos de la mercería donde empezó a trabajar el máximo accionista de Inditex, o de los inmundos garajes donde empezaron a andar verdaderos gigantes de la vida moderna como Apple, Disney o Google. Obviamente las aspiraciones acerca de nuestra idea original no llegan a tales estratosféricos niveles, pero siempre es entrañable echar la vista atrás y ver el “cómo empezó todo”, de donde venimos y el largo camino recorrido hasta llegar a donde estamos.

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El primer lugar donde se desarrollaron las actividades de taller de Tamarit fue cuanto menos, destartalado. El techo del entrampado recinto estaba parcheado con distintos materiales, algunas zonas era de madera de encofrar, y otras de chapa galvanizada, perfectamente adecuado para los soleados Agostos de la zona, al igual que ofrecía gran protección en los húmedos inviernos como bien os podréis imaginar. El suelo a pisar, era prácticamente tierra y obviamente se adolecían de todas las estructuras propias de un taller en condiciones, con lo que el chasis de las motos a modificar había que calzarlo y estabilizarlo apilando tablillas de madera.

 

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Recordamos con ironía y con cierta ternura nuestro primer enclave, donde todo empezó a rodar, nunca mejor dicho. Y escribiendo estas líneas desde nuestras cómodas oficinas acondicionadas en Elche, solo cabe destacar que aunque nos hayamos mudado y años más tarde nos veamos en condiciones mucho más afables a la hora de trabajar, el entusiasmo por nuestro trabajo sigue incólume.

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De una forma u otra, seguimos pisando ese suelo de tierra.